“Tienen la panza vacía, pero van mordiendo una zanahoria, dejan sus frías casas, van andando por las calles aún más frías y llegan a las aulas igualmente frías. Holanda ya ha llegado al extremo de que por las calles muchísimos niños paran a los transeúntes para pedirles un pedazo de pan. Podría estar horas contándote las desgracias que trae la guerra, pero eso haría que me desanimara aún más. No nos queda más remedio que esperar con la mayor tranquilidad posible el final de toda esta desgracia. Tanto los judíos como los cristianos están esperando, todo el planeta está esperando, y muchos están esperando la muerte”
Ana Frank, Diario
Ana Frank, Diario
El programa “Informes del mundo” presenta cada semana la situación actual de diferentes regiones del mundo, con sus penas y sus alegrías, sus ilusiones y sus desengaños, sus crisis y sus remontadas. Sus gentes, costumbres, modos de vida. Postales mundiales con matices en sepia para hacer más lejano lo que, ya por sí sólo en un mapa, resulta tan ajeno.
Todos los martes por la noche, Cecilia lo sigue desde el sofá de su casa y se deja empapar de historias de otros que llenan su soledad. No siempre son historias divertidas y emocionantes, de hecho, las que prefiere ver son esas historias oscuras de pobreza, las historias de catástrofes y desgracias, o las que muestran más desnudo al ser humano en su indignidad. Por un breve momento aportan luz sobre su hipocondríaca existencia y la golpean con un tortazo de realidad directa a su consciencia.
Hipnotizada, mirando ese póster panorámico de 32 pulgadas , su mente se recrea en la memoria de aquellos días con olor a regaliz y cuadernos. Y recuerda cuando no podía dormir alguna noche si los niños del colegio no la habían dejado jugar en el recreo porque llevaba gafas. Y recuerda sus lágrimas calientes resbalando por su cara cada vez que las niñas de la academia de baile no querían incluirla en su círculo de cuchicheos porque tenía aparato en los dientes. Y recuerda, también, cuando se miraba en el espejo y no se gustaba, y sentía que tampoco gustaba a los demás. Esa sensación perturbadora que la removía por dentro…
Y hoy, superados esos traumas infantiles que la hacían verse tan desigual, mira entretenida la televisión. Se fija con curiosidad en otras realidades del mundo, que lejos de despertar en ella un rechazo a esas diferencias, despiertan su compasión y, de alguna manera, le incomodan la conciencia. ¿Se puede ser feliz en esas condiciones?
Sigue con la mirada los movimientos rítmicos e irregulares de un grupo de niños saharauis en un campamento de refugiados de Argelia. Juegan, ajenos a la situación que viven, persiguiendo un balón en lo que parece un intento de fútbol infantil que resulta un poco ridículo.
Todos ríen, corren, patalean y, con movimientos mecánicos y sincronizados, tan inusuales en un niño, se divierten con risas despreocupadas.
Las gruesas gotas de sudor que les caen, les limpian el polvo que tienen pegado en la cara y que cubre sus camisetas desgastadas. Mientras el sol cae con fuerza sobre ellos y cocina sus pieles tostadas reconstruídas sobre los hierros ensamblados.
No es la individualidad de cada niño que juega la que la mantiene pegada a la pantalla. La retiene esa masa colectiva que representan todos juntos por lo macabro de su situación. Esos niños tienen una fortaleza inocente que no ha conocido otra verdad, y conviven en su camino a casa con las minas antipersonas como si de piedras se trataran. Andan atentos, pero ahora ya más tranquilos, porque ya saben distinguir por experiencia propia cuales son las que no deben pisar. No pueden escapar dos veces del que trae la capa negra, pero son tantos los afectados en el campamento, que quien ya lo ha pasado no tiene claro si tuvo mala suerte o lo que conserva es un trofeo de vida.
Todo es un juego, aunque en su mundo, arriesgarse puede significar perderlo todo.
Las minas antipersonas tienen un protagonismo especial en esta pequeña sociedad que representa el campamento: se han llevado muchos miembros de familias y muchos miembros de personas. Son minas que odian a las personas, que les hacen vivir alerta sobre sus pasos con miedo a una mala pisada coartando la libertad de cada persona que desee andar libre por los caminos, o haciendo que viva con miedo a que lo hagan sus hijos. Les cambian la vida, cuando no se la quitado antes.
Un amasijo de piezas robóticas unidos a cuerpos humanos que logran una sincronización cuasiperfecta para terminar de completar unos cuerpos escalofriantes. Movimientos mecanizados que se rigen por un mismo patrón y llenan de normalidad una comunidad anormal. Y risas inocentes que dan frescor a esa realidad atroz que viven mientras se dirigen con sus zapatillas Nike, salpicadas de horror, hacia la cámara que, curiosa, juega con ellos en su mundo de carencias.
Todo es un juego, aunque en su mundo, arriesgarse puede significar perderlo todo.
Las minas antipersonas tienen un protagonismo especial en esta pequeña sociedad que representa el campamento: se han llevado muchos miembros de familias y muchos miembros de personas. Son minas que odian a las personas, que les hacen vivir alerta sobre sus pasos con miedo a una mala pisada coartando la libertad de cada persona que desee andar libre por los caminos, o haciendo que viva con miedo a que lo hagan sus hijos. Les cambian la vida, cuando no se la quitado antes.
Un amasijo de piezas robóticas unidos a cuerpos humanos que logran una sincronización cuasiperfecta para terminar de completar unos cuerpos escalofriantes. Movimientos mecanizados que se rigen por un mismo patrón y llenan de normalidad una comunidad anormal. Y risas inocentes que dan frescor a esa realidad atroz que viven mientras se dirigen con sus zapatillas Nike, salpicadas de horror, hacia la cámara que, curiosa, juega con ellos en su mundo de carencias.
Un ejército humano automatizado con piezas ajenas, de cintura para abajo en el mejor de los casos, que es una realidad, según los Informes del Mundo, en muchos puntos del Planeta. Pero no es un ejército de máquinas, ni siquiera es un ejército de soldados. Sólo son supervivientes perpetuos que han pagado para el resto de su vida el pasar por un lugar inadecuado en un momento equivocado. Que pagan perpetuamente vivir donde nacieron. Que liquidarán con sus vidas el pertenecer al bando de los civiles, que es el que siempre sale perdiendo.
Cecilia, se levanta del sofá, apaga la tele y se mete en la cama. Antes de dormir, imágenes fugaces de las historias de los niños robot se quedan grabadas en su mente. Por un momento trata de ponerse en su situación, pero pronto refiere repasar mentalmente la lista de la compra para mañana. Muchas cosas que hay que hacer y poco tiempo con el que se cuenta...
Cecilia, se levanta del sofá, apaga la tele y se mete en la cama. Antes de dormir, imágenes fugaces de las historias de los niños robot se quedan grabadas en su mente. Por un momento trata de ponerse en su situación, pero pronto refiere repasar mentalmente la lista de la compra para mañana. Muchas cosas que hay que hacer y poco tiempo con el que se cuenta...
Tania A. Alcusón