UNA FICHA DE AMOR

|

     Hace mucho, mucho tiempo. La Tierra era habitada por grupos de personas que se agrupaban en clanes.
Cuando las casas eran solo cuevas de piedra para protegerse de las inclemencias, cuando los hombres eran cazadores y sus mujeres recolectoras. Cuando las personas tenían frío y se adormilaban durante el invierno y gestionaban sus vidas bajo la luz del sol. Cuando todos podían enamorarse de todos pero sólo perteneciendo al más fuerte… En esa época, como siempre ha sido, había un líder que prevalecía entre todos, no por su fuerza o por su maña, sino por su sabiduría.
Durante varias generaciones, estos líderes, en los diferentes clanes sociales, filosofaban sobre la vida, y sobre cada acontecimiento cotidiano. Eran consultados ante complicaciones rutinarias y sobre cuestiones trascendentales, y por supuesto, también eran buenos consejeros a la hora de gestionar las uniones en el grupo desde que los comprometidos eran bien pequeños.

     Pues hace tanto, tanto tiempo, la región del sur, compuesta por un grupo bastante amplio de personas (unas veinticinco) era liderada por el sabio Dopicu. Se decía de él que poseía un poder especial que le hacía estar en contacto con las deidades universales, y que gracias a eso, conocía cosas de cada uno que nadie más podría saber.
Cada consulta con Dopicu, se tornaba misteriosa, solitaria. Requería de un ambiente determinado para poder encontrar la respuesta acertada a cada tema. Un halo de rito lo envolvía todo mientras el jefe se ocultaba en una zona apartada “a deliberar consigo mismo”. Todas las consultas, de la índole que fueran, siempre requerían esa meditación en soledad que resultaba tan característica… Y tan conocido era en todo el territorio, que incluso líderes de otros clanes, se acercaban a consultar su opinión, siempre acertada.

     Como era de esperar, enseguida su fama se extendió y su sabiduría era requerida incluso para temas bélicos, asedios y venganzas ajenas a su clan. Dopicu, prestaba la información de manera desinteresada, pero empezaba a dejar de ser algo que hacía con gusto y se convertía cada vez más en una obligación. Los asuntos, casi siempre ya eran sólo terrenales, lo que le aburría sobremanera, todo era cuestión de poderes: con quién debían casarse para conseguir un mayor estatus en el clan, con quién debían asociarse para generar prosperidad para sus tierras y sus gentes, en qué zonas era mejor la producción del algodón o del trigo, en qué zonas era mejor la caza de carne buena, dónde podrían cubrir un nuevo enclave para desplazar el clan a otros puntos…
Le faltaba tiempo para poder cumplir con todo el mundo, y mucho menos para poder desplazarse a todas las tierras que lo requerían, así que llegó a una conclusión: si conseguía hacer las uniones más correctas posibles entre personas de un mismo clan, o incluso juntar personas de diferentes clanes, con éxito, resolvería al mismo tiempo varios temas a un tiempo. Pero estas uniones eran tan importantes para el futuro de cada uno, y de algunos clanes en concreto, que debían ser uniones conocidas estrictamente por los comprometidos y sus líderes. Nadie más podría conocer esas predicciones, a riesgo de sabotajes o traiciones.
Comenzó a mandar los mensajes vía oral de las uniones requeridas con los mensajeros de confianza de los líderes de cada clan, bajo el asunto secreto: Cupido. Si los mensajeros eran interceptados, lo único que ellos sabían de su misión era que portaban mensajes de amor que sólo podían descifrar los interesados. Y así comenzó a enviar sus predicciones de una manera segura.

     Un día frío de invierno, Martha, hija mediana de Dopicu, se acercó a curiosear el punto de reflexión de su padre. ¿Por qué era un lugar especial? se preguntaba. ¿Por qué sólo su padre podía entrar allí?
Era de madrugada, y todos dormían aún, pero Martha llevaba varios días cuestionando las razones y las respuestas de su padre, tras el consejo de casar a su mejor amiga con el chico que le gustaba a ella misma. Estaba dolida con su padre, que aún conociendo sus intenciones, y las del chico, que también la pretendía a ella, había sugerido tan sorprendente enlace. ¿En qué se basaba para obtener esa información? ¿Por qué Eyre era mejor que ella para Jon?
Se acercó cautelosa, a la luz de la antorcha para entrar en la cueva de la Sabiduría, y cuál no fue su sorpresa cuando acercándose al lugar de reflexión no vio ni pinturas en la pared, ni mejunjes con los que pudiera drogarse para llegar al trance, ni siquiera piedras de los milagros que le ayudasen a pensar… Nada místico. Sólo un caldero.
Intrigada, sabía que no debía tocar nada, sólo mirar. Mirar, pensar y comprender. Pero estaba tan dolida…
El caldero, contenía unas fichas en su interior. Contrariada, sin poder ocultar su ansiedad por la sorpresa, metió la mano para tomar una de esas fichas en sus manos.
No eran  de madera, ni de metal. Eran arcillosas y tenían extraños símbolos que ella misma desconocía. Quizás eran nombres, o quizás eran piedras de invocación para las deidades. Todas estaban mezcladas en ese caldero sin un orden aparente. Siguió sacando una tras otra sin comprender ninguna de ellas. Quedó muy intrigada al no comprender nada, pero tras escuchar un sonido extraño fuera de la cueva, volvió a dejarlas todas rápidamente dentro del caldero, sin darse cuenta de que al caer, varias de ellas se rompieron en trozos, quedando los símbolos separados.


     Al día siguiente, algo muy extraño ocurrió. Cuando los mensajeros salieron con sus fichas hacia sus destinos desconocían que llevaban un mensaje de caos. Pues Dopicu, al escoger las fichas tras su meditación, y no comprobar que no se correspondían las que estaban rotas con sus “medias partes” correctas, entrego varios mensajes incorrectos.
Ese día, todos los clanes que recibieron misiva, maldecían a Cupido por no entender sus razones, por no comprender cómo podrían salir bien esas uniones, por desconocer los efectos de desorden que se iban a ocasionar en los clanes… Todos le maldecían, muchos ni siquiera le conocían, pero todos cumplieron sus recomendaciones con el pensamiento de que era una auténtica locura, pero ¿quiénes eran ellos para desconfiar del gran sabio Dopicu?

Tania A. Alcusón

Compártelo!

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...